Comentario
La época de los Antoninos coincide con el apogeo del imperio. Los límites de éste habían llegado a su máxima expansión; las tradiciones, la educación, el modo de vida romano, se iban haciendo tan uniformes que marcaban una distancia aparentemente insondable entre la romanidad y los bárbaros. El costo que había exigido ese "veranillo de los Antoninos" y las contradicciones que esa política habían generado se habían hecho patentes durante la época de los Severos.
A partir del 235, el vasto Imperio tendría que enfrentarse a la ascensión del redivivo Imperio persa, bajo la eficiente y agresiva dinastía sasánida, a la confederación de pueblos godos de la cuenca del Danubio y a las bandas de pueblos germanos a todo lo largo del Rin. En síntesis, debía sostener guerras en casi todos sus frentes. El modo en que los emperadores encararon la crisis, entre los años 235-300 marcó el desarrollo del futuro durante la Antigüedad Tardía.
Estos emperadores, a veces mal pertrechados para afrontar la defensa del Imperio e incomprendidos por los aristócratas de su tiempo, llevaron a cabo una lucha tenaz que, en medio de la anarquía, logró salvar al Imperio romano para otros dos siglos, aunque ese Imperio rescatado fuera muy diferente al anterior. La crisis condujo a que el ejército arrebatara definitivamente el control de los mecanismos del poder a la aristocracia senatorial. Durante estos cincuenta años de anarquía, los ejércitos proclamaron más de 25 emperadores y sólo uno de ellos logró morir en cama. Los soldados no dudaron en elegir y sacrificar a estos emperadores-soldados en pro de la eficacia en la defensa del Imperio. Como indica Homo, estos emperadores "son ante todo soldados fanáticos de Roma y de su grandeza, ajenos a los refinamientos y delicadezas de la civilización romana: todos tendrán por programa el restablecimiento del Imperio y la consolidación del poder imperial".